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No lo Aplaces

  • Foto del escritor: Aixa Mariely Rodriguez
    Aixa Mariely Rodriguez
  • 13 nov 2021
  • 2 Min. de lectura

1999... sólo tenía cinco centavos en el bolsillo de mi falda. Llegué a la estación del tren en Nueva York, con esa moneda y una tarjeta de hacer llamadas. Viajé fuera de mi tierra natal, llena de sueños. Me ofrecieron un trabajo que según yo, era uno que debía ambicionar. Nunca había vivido en Estados Unidos, viajaba a un lugar enteramente desconocido. No tenía familia en aquella ciudad. Recuerdo que la estación estaba tan llena de gente como estaba yo llena de miedos. No hablaba inglés, pero me las ingenié para comprar la entrada a la estación subterránea.


Y así marché a mi aventura, sin ninguna preparación. Tenía un pequeño papelito en mi mano en donde estaba escrita la dirección de mi destino. Dentro del tren escuchaba el maquinista pronunciando los distintos nombres de las paradas y también otras conversaciones que no podía entender. Noté que no pronunciaban mi parada y decidí bajarme del tren. “Rockefeller, leí lentamente en un letrero. Comparé mi nota y aquel no era el destino. Pronto se cerraron las puertas del tren y ya mi corazón no latía, ahora retumbaba como tambor. No sabía hacia dónde ir, ni cómo regresar.


Una estampida de gente venía hacia mí, y yo caminaba en sentido contrario a ellos. Apenas llevaba unas horas en la ciudad. Comencé a dirigirme con desesperación a cualquiera que se me atravesaba: “¿Habla español?”,“¿Habla español?”,“¿Habla español?”. Unos me ignoraban, otros me miraban extrañados. Algunos hasta me golpeaban el hombro al pasar. Y cuando ya casi se saltaban lágrimas en mis ojos, un joven que también iba con la misma prisa de todos, se detuvo frente a mí. Amablemente me ayudó. Su español no era muy claro, pero lo suficiente para yo entender. Me dijo:-“No te salgas de la estación, estás en la dirección equivocada”. Me indicó qué hacer y caminé a mi rumbo. Al llegar a mi destino, hice una llamada de un teléfono público a la persona que me recibió en su casa. No sabía cómo regresar. Yo había viajado dos horas de distancia más lejos de adonde iba. Perdí mi tiempo.


Hay veces que tenemos en claro hacia dónde vamos, pero no tenemos la preparación adecuada para trazar el viaje y aplazamos nuestro destino. Si ya sabes qué pide Dios de ti, y estás seguro de tus metas, nunca ignores el poder de la preparación. Equípate, no esperes encontrarte a nadie en el camino que te resuelva y te ayude a llegar a tu destino. Puede que alguien en el camino, por la misericordia de Dios, desee ayudarte y hasta lo haga. Pero tu dependencia debe ser en Dios, Él te dará la sabiduría para prepararte. No aplaces tu destino, haz tu parte.


~~~

“Ama a la sabiduría, no la abandones y ella te dará su protección. Antes que cualquier otra cosa, adquiere sabiduría y buen juicio.” Proverbios 4:6-7


~~~ Aixa Mariely Rodríguez

Foto: Unsplash-Victor Rodriguez

 
 
 

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